Cuando una persona camina mueve una pierna hacía adelante para avanzar, mientras otra se queda atrás para sostener. Cuando una sociedad camina, construye instituciones para avanzar, mientras recuerda su historia para sostener. Es un ir y venir, es un paso y un tropezón, es un progreso y una destrucción, es un reto y un olvido, es avanzar intuyendo que se tendrá que regresar.
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Cada domingo, por más de 50 domingos, un grupo de caminantes se reúne en la esquina de una zona capitalina con la principal motivación de conocer mejor su ciudad, de poder tomar uno de los cada vez más famosos recorridos de La ciudad a pie.
Al grito de «¡Vamos peatones!» comienza el recorrido liderado por dos guías voluntarios que, armados de una carpeta y ropa deportiva, prometen llevar a los participantes no solo en un recorrido por la ciudad sino también por su historia.
Invitar a un grupo de capitalinos, acostumbrados a la prisa y al estrés diario del tráfico, a caminar un domingo por la mañana y recorrer lentamente la ciudad que a diario atraviesan sin prestar un mínimo de atención, es invitarlos a salir de su zona de confort, irónicamente, para que se sientan cómodos en la ciudad que viven. No es fácil, pero es posible.
Los recorridos de La ciudad a pie comenzaron hace más de un año, en marzo de el 2015, pero fue hasta agosto del mismo año en que participé en el, entonces único, recorrido llamado «Campos Eliseos», que comienza en zona 4 y se desarrolla casi en su totalidad en la Avenida Reforma, zona 10 de la capital. Y la experiencia fue memorable.
Han avanzado mucho desde entonces, ahora con más experiencia, con playeras oficiales y mejor preparación se han atrevido a abrir el segundo recorrido que lleva por título Corazón Cívico, y que a diferencia del anterior, éste ocurre específicamente en el centro cívico de la ciudad, en la zona 1. El recorrido aún no sido inaugurado oficialmente pero por invitación de Rudy, el organizador, pude participar en la primera prueba piloto del recorrido. A continuación la historia.
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El cambio de prejuicios comienza aún antes que el recorrido, al llegar en auto y preguntarse «¿En qué parqueo [privado] me estaciono?» solo para darse cuenta que no hay parqueos abiertos y lo que toca es estacionarse en la calle. ¡Si, en la calle! Como cuando la ciudad era segura… pero ese es el primer prejuicio que se rompe: es segura, al menos en esa zona y ese día. Cuenta Rudy que una de las empresas ubicadas en la zona paga seguridad privada en esas calles, lo cual evita incidentes desagradables, y que personalmente no he sufrido ni sé de algún asistente que los haya sufrido.
Luego existen muchos otros prejuicios que romper pero me atrevo a decir que casi todos giran alrededor de la seguridad: desde evitar llevar cámaras por temor al robo, caminar a pie en una zona peligrosa o que no es habitual, hasta sentirse desprotegido por estar al aire libre, sin la protección de un centro comercial. Lo importante aquí, lo que voy a rescatar, es que una vez inicia el recorrido se entra a una experiencia donde los prejuicios se quedan en el camino para dar paso a una comodidad conocida pero olvidada, la de sentirse seguro y conectado entre desconocidos.
Del recorrido anterior reconozco a Estefania y a Rudy, dos guías muy amigables, y aprovecho la conversación con ellos para conocer al resto de personas que se van uniendo al recorrido, incluyendo a Celia, la guía que junto a Rudy no darán el recorrido.
Las primeras cuadras del recorrido las aprovecho para ponerme al día con Estefania, saber qué ha hecho, qué ocupa su mente estos días, y poco a poco se une Celia con quien comenzamos a recordar el otro recorrido, el de los Campos Eliseos. Así comenzamos la conversación, recordando, porque nuestro comentario común es sobre lo fácil que es olvidar la historia de Guatemala.
La historia en nuestro día a día es constantemente olvidada, sea por ignorancia o desinterés, lo que nos lleva a una situación de riesgo como sociedad, porque las personas que ignoran su historia no solo están condenadas a repetirla sino que pierden por completo el soporte y visión que ésta les da. Al ignorar la historia se olvida el valor de lo realizado, se desconocen los retos que nuestros antepasados tuvieron que superar y el riesgo que supusieron las reacciones de otros frente a sus acciones.
En el libro ¿Por qué lucha Guatemala?, Manuel Galich nos cuenta cómo Guatemala fue capaz de realizar una revolución con una visión democrática, deshacer una herencia de corrupción y dictaduras militares y crear un nuevo plan de país, que propuso reformar desde la educación hasta la arquitectura del país. Sin embargo, también nos cuenta del terrible fracaso que representó que, 10 años después de la revolución del 44, muchos de estos cambios se congelarán, se deshicieran y se dejaran en el olvido.
En el 2015 Guatemala hizo otro intento de revolución (en esta ocasión pacífica), también para luchar contra la corrupción y los abusos de poder (militares y civiles), buscando reformar un sistema de justicia deteriorado y reorientar las prioridades del gobierno. Sin embargo, con apenas un año desde que comenzará esa revolución, la historia nos ha demostrado que la lucha aún tiene un largo camino por recorrer si no queremos, de nuevo, que este conato de revolución se apague en 10 años.
Como se puede notar, las sociedades tiene un pulso que las mantiene vivas, es un progreso y retraso continuos, tienen revolución pero también tienen indiferencia, porque nuestro entusiasmo es tan grande como nuestro olvido. Son entonces las instituciones y organizaciones, representadas en este recorrido por sus edificios, las vigilantes de que esos ideales de progreso superen la prueba del tiempo y los caprichos individuales, son las encargadas de asegurar que el paso hacía adelante sea mayor que el paso que queda detrás.
De esta forma recorrer el centro cívico a pie no solo es un ejercicio físico ni un ejercicio de ciudadanía para recuperar espacios públicos sino, mucho más importante, es un ejercicio de memoria. En el cual, a través de símbolos arquitectónicos y artísticos, recordamos el origen de esas instituciones, de sus fundadores y sus motivaciones, para tener presente que para poder refundar un país se debe hacer desde los cimientos, en conjunto como ciudadanos, a través de obras que sobrevivan el tiempo y los peores terremotos que puedan venir.
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Hacer esos ejercicios —físico, de ciudadanía y de memoria— en un agradable día soleado, acompañado de amigos(as) y además hacerlo con animo de aventura, es una experiencia por demás sana, para ti como persona y para nosotros como sociedad. Únete a los recorridos de La Ciudad a Pie cada domingo por la mañana en 4 grados norte y descubre por ti mismo, qué parte de la historia quieres escribir.
Para más información busca La Ciudad a Pie en Facebook y mientras tanto, me despido con algunas de las imágenes que capturé durante el recorrido.
¡Vamos peatones!
(CC-By) 2016 Iván E. Mendoza. Para descargar las imágenes en alta resolución visita el álbum en Flickr.
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