Diez páginas más
Cierro el libro, pienso en la historia y en cuestión de segundos hago un repaso hasta el final—¡genial!—, dejo que la emoción se mantenga… 5 minutos, 10, no importa, mientras exista emoción hay que alimentarla.
Es el desenlace de una lectura, una que comenzó con la manía muy personal de haber leído diez páginas más al terminar. Tal vez sea un pobre intento de ‘nunca dejar de leer‘, tal vez sea parte de ese mal necesario que llamamos curiosidad, o seguramente sea el hambre propia de la emoción. Lo cierto es que es una manía que se ha vuelto tan familiar que ni desconfío de ella, rara vez la notó —hoy sí, por eso escribo al respecto—, pero desde que puedo recordar existe: termino de leer un libro y sin que llegue el siguiente día, ya he leído diez páginas más del siguiente libro.
¿Por qué diez? ¿Por qué no veinte? ¿o treinta? No sé, no sé, realmente no lo sé. Quizá porque es más fácil reconocer la décima página en un mundo donde la numeración de los libros nunca comienza por 1 —y sepan que protesto dejando el prólogo para el final ¡já!—. Supongo que alguna vez intente con menos, o con más, con el primer capítulo o con la página 99; pero claro, tiene que ser inexplicable para ser una manía digna de mención (así son, inexplicables).
Y qué nadie malinterprete, me gusta esa manía así como es —loca, curiosa, espanta-cansancio y escurridiza— porque por un instante extiende la emoción, suma un reto y, especialmente, porque deja ese sabor a historia nueva en los ojos que invita a regresar.
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Está noche, mientras alguien pregunta: where you goin’ now? what’s your plan?, he zarpado en El viaje a la felicidad.
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Foto por Alexandre Duret-Lutz bajo licencia CC by-sa.